Visiones de futuro

José Luis Corazón Ardura

En la mayor parte de propuestas acerca del futuro de las ciudades aparece pronto el carácter autoritario de un Estado ordenador y organizador, el respeto a la propiedad individual subyacente bajo el pensamiento donde lo común o lo público no son de nadie o la excesiva carga burocrática laboral, en detrimento del tiempo pasado con los amigos, el disfrute placentero o aquellas actividades vinculadas al otium.

La ciudad utópica

Si valoramos algunas de las visiones que desde la ficción utópica se han propuesto como modelos adecuados de perfeccionamiento de la sociedad del bienestar, inevitablemente habría que dirigirse a algunas de las posiciones que favorecieron desde el urbanismo utópico, el arte o la literatura una estructura apropiada a la moderna configuración de las ciudades. Queremos decir que para encontrar una visión futura de la ciudad hay que buscar en el pasado porque la memoria y la imaginación son presa del deseo y la nostalgia de lo que podría haber sido y mirar hacia nosotros mismos puede ser una herramienta capaz de provocar algún cambio oportuno porque hay que considerar que son los ciudadanos quienes hacen ciudad. Esta es una de las ideas principales que vertebran el Regiment de la cosa pública (c. 1383) de Francesc Eiximenis al indicar que hay que tener en cuenta algunas cuestiones para saber cómo ha de organizarse correctamente la res publica. En primer lugar, señala que la comunidad es algo más que una sola casa, lo que hace bascular el sentido de lo doméstico hacia una sociedad equilibrada conformada por personas distintas, de manera que unos puedan ayudar a los otros. Es notable que precisamente lo que sostiene la sociedad sea esta diferencia ya que la comunidad está compuesta por personas que no son iguales. En último lugar, señala que la organización de la ciudad funciona como un cuerpo humano, lo que conduce a pensar en que si era necesario este texto a manera de recuerdo a los políticos era porque algún tipo de enfermedad acuciaba. Esta metafórica visión antigua donde el cuerpo social corresponde a la buena coordinación de sus miembros es un continuo a lo largo de las diferentes visiones que se han propuesto acerca del futuro de las ciudades.

Si ya desde la Edad Media se proponían modelos políticos cristianos edificados sobre la filosofía platónica, aristotélica o la teología tomista o agustiniana, desde la literatura se ha ido modelando esta influencia constante en las artes y en las ciencias, al menos en la denominada ciencia-ficción, llegando al cine, las series o los juegos actuales. Esa caracterización no corresponde siempre a imaginar una ciudad por venir, sino que es necesario aplicarse en el esfuerzo que significa construir una comunidad próspera a imagen de una sociedad paralela que se ha visitado a través de una ensoñación, como es el caso de Lo somni (Bernat Metge), un naufragio inicial en El Criticón (Baltasar Gracián) o en otras obras directamente utópicas como el Viaje a Icaria (Étienne Cabet). Así lo proponía Johann Valentin Andreae en Cristianópolis (1619), elaborando una utopía protestante donde aparecía esa visión de la sociedad en el lejano océano Antártico, dedicada al trabajo laborioso y al bien individual desde la participación social, imaginamos que a consecuencia del frío y el aislamiento propios de aquellas latitudes. El diseño de la ciudad del futuro, identificado no tanto con una cuestión temporal, sino espacial, estaba relacionado con la afluencia de agua a una comunidad de carácter uniforme que permitía esquivar el lujo y la sordidez, favoreciendo la respiración y la transpiración. Una comunidad que funcionase debía vigilar la alimentación, el trabajo, el ejercicio y la contemplación. Como vemos, el carácter líquido de la sociedad es más antiguo que las propuestas de Zygmunt Bauman.

Ciertamente, a pesar de la originalidad de este relato programático utópico, volvemos a estar bajo una inspiración platónica. La ciudad se configura como una república que mantiene tres niveles diferenciados, donde el inferior alimenta al superior bajo la estrecha vigilancia del Estado. Por otra parte, es una sociedad que expulsa de manera iconoclasta a aquellos que se dedican a la producción de imágenes engañosas. Es el caso de los pintores o los escultores eligiendo una vida claroscura en la fragua, acompañados del ruido, la furia y el humo, un espacio de proscritos donde acompañan los poetas dedicados a predicar cosas que no son verdad. La expulsión de la república platónica señala cómo el arte poco tenía que hacer en la ciudad, salvo monumentos o versos encaminados al elogio. También es cierto que si hegelianamente el arte tiene dificultades para expresar el presente porque «es y sigue siendo para nosotros algo del pasado», ¿es posible exponer alguna visión del futuro contribuyendo a mostrar la realidad venidera de un modo menos directo a través de distintas ficciones cuyo origen es literario?

 

Melancolía y sociedad

En tiempos grises es más que probable que la neblina pesimista se extienda sobre la sociedad y es en esos momentos donde deberíamos encontrar algún rastro capaz de encontrar espacios apropiados, no solo para defender tópicamente la igualdad de derechos, la libertad y el ejercicio de la reflexión, la voluntad de la educación o el diálogo donde el otro pudiera tener razón, sino haciendo frente a aquellas posiciones inmovilistas donde acabamos conservados y limitados, evidenciando que hace falta crecer de otra manera. Jean Starobinski señaló cómo uno de los objetivos principales de la Anatomía de la melancolía (1621) de Robert Burton estaba en encontrar en esa creación utópica una terapia eficaz para ordenarnos, no solo a nosotros mismos a través de una ética más o menos universal, sino influyendo en la creación de una ciudad considerada como un espacio geométrico que contribuyera al funcionamiento correcto de la sociedad. Es cierto que en la mayor parte de propuestas acerca del futuro de las ciudades aparece pronto el carácter autoritario de un Estado ordenador y organizador, el respeto a la propiedad individual subyacente bajo el pensamiento donde lo común o lo público no son de nadie o la excesiva carga burocrática laboral, en detrimento del tiempo pasado con los amigos, el disfrute placentero o aquellas actividades vinculadas al otium. Estando desligadas del espacio del negocio y relacionadas con las visiones que orbitan alrededor de un jardín edénico primigenio, en la busca del futuro se oculta la esperanza de encontrar nuestro origen inasible. Es común imaginar el estado perfecto como algo naturalmente paradisíaco, a pesar de estar rodeados de naves espaciales, junglas o desiertos. La imaginería dedicada al futuro sabemos que está relacionada con esta nueva naturaleza compartida con seres que en muchos casos son más inteligentes, más fuertes y más comunicativos, incluso.

En esta construcción de ficciones es donde parece ubicarse la posible visión del futuro que trata de separarse del espacio de la melancolía oculta en el fin de fiesta, donde un mundo caótico, triste y contradictorio se enfrentaba al orden de la razón. Entonces, aparecen las fricciones entre aquellos que detentan la administración del poder y la fuerza, desde una facilidad capaz de mantener el equilibrio a través de la violencia, comprendida como una energía negativa que vuelve a introducirnos en el orden del negocio, perdiendo el interés en el bienestar de la salud, los jardines, la cultura y aquellos espacios de las ciudades donde poder habitar adecuadamente de manera ecológica y económica. El jardín ha devenido negocio. Como observa irónicamente Robert Burton, el mercado es lo que funda las ciudades, es el lugar donde se engañan todos trampeando y prevemos que en el futuro permanecerá invariable: «¿Qué es el mundo mismo? Un vasto caos, una confusión de tipos diversos, tan variable como el aire, un manicomio, una tropa turbulenta llena de impurezas, un mercado de espíritus vagantes, duendes, el teatro de la hipocresía, una tienda de picardía y adulación, un aposento de villanías, la escena de las murmuraciones, la escuela del desvarío, la academia del vicio; una guerra donde quieras o no debes luchar y vencer o ser derrotado, en la que o matas o te matan; en la que cada uno está por su propia cuenta, por sus fines privados, siempre en guardia».

Sueños futuros

Si la utopía y la melancolía son los espacios que propician que la visión del futuro sea como el disfrute de una ensoñación urbana, entonces hay que indicar que muchos esfuerzos utópicos desde el siglo XIX se producen como una forma amable de capitalismo. La transformación urbana de París que sirvió para superar el sistema republicano bajo el lema de la libertad, la igualdad y la fraternidad acabaría por ser superado por la futura sociedad del bienestar, eliminando precisamente en buena parte muchos de los presupuestos políticos sociales, más o menos cómo viene ocurriendo ahora con la depauperación, la gentrificación o aquellas situaciónes que se producen en el límite excéntrico de las ciudades y que no tiene porqué corresponder a su centro geográfico. La apuesta por el futuro que Jacques Fabien describió en París en sueños (1863) corresponde —como afirma Carolina del Olmo en el prólogo a la versión castellana— a una utopía que trataba de hablar de la organización social durante el Segundo Imperio. Sin ir más lejos, se propone mejorar la posición del Estado desde la iniciativa privada, la situación inmobiliaria o la concesión de hipotecas, situaciones que en la actualidad siguen estando presentes. La transformación de París supuso el control de los partidarios de movimientos como la Comunne, a través de las anchas avenidas que surgieron con la destrucción de los barrios más pobres. Es cuando aparece el disfrute estético, la aparición de esa modernidad fugitiva y furtiva que señalara Baudelaire, en ese espacio de ruina donde todo parece recomenzar de nuevo sobre los restos de una antigüedad alegórica. Es la presencia de nuevos parques demasiado humanos que acabarán confluyendo en los intereses urbanos que conducirán a la idea de la ciudad jardín o a las ideas sociales de William Morris, por ejemplo. Como una recuperación de lo primigenio, la propia naturaleza humana se transforma en una suerte de vergel donde caben dos opciones: optar por la vida en una ciudad convertida en museo para turistas o establecerse en una suerte de jardín interior.

El fantasma de la casa

El problema que surge cuando tratamos de conocer cuál será el futuro de las ciudades bien pudiera ejemplificarse con la creación de los nuevos barrios de Barcelona desde el siglo XIX. Es el caso de la organización original del Eixample, donde se propuso hacer una aplicación urbana de presupuestos utópicos sociales con servicios y casas para todos de una manera uniforme, pero que acabó en otra cosa bajo diferentes factores como la especulación inmobiliaria. Es probable que la imagen del futuro no esté tampoco aquí. Esta idea de la desaparición de la historia de la ciudad se traduce en un ejercicio de borrado, en una práctica arquitectónica y urbanística que reconstruye, idealiza e inventa, como en el caso de las sucesivas modificaciones en el Barrio Gótico o cómo en el caso de la fantasmal casa Gralla de Barcelona. Sirva como anécdota de la construcción de edificios como vitrinas —como sostiene Dan Graham en su crítica hacia la deriva arquitectónica en el capitalismo—, este ejercicio de conservación de lo que queda de un casa del centro de Barcelona, situada ahora en el interior de un edificio privado en Hospitalet. Recuperar la ruina no significa abrir la posibilidad de seguir engalanando las urbes, sin percatarse de que la ciudad también son las posibilidades de vivir en esa armonía propuesta por diversas utopías que no hacían más que criticar elípticamente un estado mejorable de las cosas del futuro. ¿No es irónico conservar un patio renacentista en las oficinas de una empresa dedicada a la seguridad como herramienta eficaz para el futuro? ¿Qué posición tiene el arte actual con relación a la sociedad? ¿Puede siquiera prever cuál es su relación con el conocimiento, con otras disciplinas que plantean formas de imaginar el futuro puesto que el presente ya está dado por perdido? Esa caracterización fantasmagórica del arte está relacionada con su posición en el presente. Como escribió Kierkegaard, pasamos del campo a la ciudad, nos aburrimos y pasamos al extranjero, nos hartamos de Europa y viajamos a otros sitios en una suerte de viaje sin cese, procurando una sociedad más flexible y abierta. Ya no se trata de favorecer que la imagen futura de las ciudades sea precisamente ciencia ficticia, sino que es tiempo de recuperar espacios para reflexionar desde la relación con los otros, a través de visiones del futuro que indaguen en el pasado, rodeados de un aura fantasmal donde cabe reconocer en la utopía una forma eficaz para hablar del presente desde la ausencia.

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